martes, 11 de octubre de 2011

Día 4 - Tarde de bicicleta.

Fiel hermana:

A pesar de ser mi única hermana, eres mi favorita. Y no lo digo por hacerte la pelota, que también, sino porque necesito decirte algo para ignorar a mis pies. ¡Chillan de dolor! Después de haberles obligado a andar 5 Km. en una marcha rápida, ahora quieren tomarse su venganza. Y no precisamente fría. Insisten en decirme que están ahí, que me recuerdan, que me odian. ¿Quién soy yo para reprocharles? Todo el día aguantando mi peso, con todas las partes de mi cuerpo. Encerrado en una cárcel de tela que no dejan penetrar la luz. Perdiendo la cabeza en la más absoluta oscuridad. Con un calcetín que retiene el sudor en vez de escurrirlo, para que se quede adherido a su piel. Sintiendo en su superficie una sucia, húmeda y pestilente toalla. Ahora es su momento de la venganza, pero lo aguanto con comprensión. Al menos estoy sentado. Concretamente en el suelo de Widdert. Desde aquí tomaré un autobús que me lleve a un sitio lejos de este lugar. Queda media hora para que aparezca, lo cual me da mucho tiempo para pensar, pensar que escribirte, y escribirte. Lo sucedido entre ayer y ahora ha destripado toda mi fe por la raza humana. Me han llamado ladrón, me han perseguido como un asesino...y ahora intentan volverme loco. ¡Bicicletas por todas partes! No dejan de pasar. De arriba a abajo, de abajo a arriba, de izquierda a abajo, de derecha...etc. Menos de centro a centro, y tira porque me toca, por todos los rincones que pueda circular.

Todo empezó como un todo buen episodio de C.S.I. que se precie: con un asesinato. La víctima: un coche. El asesino: mi acompañante. Esperando en la escena del crimen a que aparezca el meca-médico. Un hombre con poderes mágicos. Capaz de convertir un montón de chatarra oxidada en una maquinaria capaz de movernos a una desorbitante velocidad de 45 Km/h., 48 cuesta abajo. La pérdida de nuestro transporte fue un duro golpe para los dos. Nuestro tiempo era limitado, y nuestras impaciencia infinita. Pero aun así aguardamos un día hasta que apareciera el mecánico del pueblo-mausoleo-aldea-tribu-agujero.

A las 12:00 de la mañana apareció un hombre con una barriga...enorme. ¡Santa Madona! Tan grande que tuve que mirarla dos veces porque la primera vez no me lo creía. Era más larga que ancha. El hombre tenía que enrollarla sobre sí misma para poder andar. Mis ojos no podían apartarse de ella. Físicamente no podía estar allí, su longitud era irracional, estaba fuera de las leyes físicas. Pero no obstante, persistía en esta realidad. Tatuándose en mi retina. Tentándome a tocarla, a capturarlo para exhibirlo en un circo, a colgar un extremo con un clavo y usarla como hamaca. Gracias a los cielos, mi compañera hizo de portavoz. Mi mente estaba suspendida en el Nirvana.

Le explicó todo lo sucedido con pelos y señales. Como ese ombligo que se asomaba por debajo de la camisa reclamando libertad. (Tres bicicletas acaban de pasar por delante mía. ¡Tres!) Nos lo podría arreglar en cuando le llegara una pieza de Amsterdam. Menudo palo. ¡Y encima de Amsterdam!, para darle más ironía al asunto. Ahí, justo en ese mismo instante, fue cuando comprendí que debía encontrar una solución en común. Mientras ellos debatían el presupuesto y el tiempo que tardaría en llegar la pieza, yo decidí dar media vuelta e irme. No fuera del taller, ni de la calle, ni del barrio; sino del pueblo-mausoleo-aldea-tribu-agujero. Salí sin despedirme, sin avisar. Simplemente vi que era el momento de cambiar de rumbo. Tomé el primer camino que encontré, dejándome llevar por la carretera.

No pensé en nada, sólo caminar. Un pie detrás de otro. Luego se cambian el lugar y... ¡cha cha CHA! Avanzando con rapidez, como si en cada curva me esperase un lingote de oro. Y siempre que llegaba, me picaba la curiosidad por la siguiente. Hasta que encontré algo. No tenía forma de lingote, ni de diamante, ni de bolsa con el símbolo del dólar. Era una llave plateada muy pequeña. ¿Quién había dejado esto aquí? ¿Tal vez me lo dejaron expresamente para que lo encontrara,y para que me preguntara quién lo había dejado aquí? ¿Y si lo habían dejado expresamente para que lo encontrara? La suciedad que lo envolvía despejaba muchas de mis dudas. Pero ¿cuáles? Era momento de la acción. La recogí y me dí media vuelta.

No sólo tomé la decisión de volver al pueblo-mausoleo-aldea-tribu-agujero para buscar al propietario de la llave, sino porque además me había dejado la maleta.

(Una abuela de doscientos años ha hecho un caballito delante de mis narices.)

De camino de vuelta me puse a juguetear con la llave. No era muy grande, y no obstante era muy pesada. ¿Qué abriría? ¿Qué no abriría? ¿Podría abrir botellas? ¿Sería la llave de mi alma? ¿De la casa de un cerrajero? Mis reflexiones fueron interrumpidas por unas luces a los lejos. Me fijé en que estaban apareciendo unas pequeñas luces sobre el pueblo: -Seguramente será la iluminación.- Pensé. Pero la verdad la descubrí unos kilómetros más adelante. ¡Eran antorchas!, sostenidas por los habitantes del pueblo-mausoleo-aldea-tribu-agujero. Buscaban desesperadamente algo entre la hierba. Y en el centro, un niño lloraba mientras apretujaba su osito de peluche en un abrazo realmente doloroso. Si alguna vez había estado vivo, definitivamente ahora estaba muerto. Fui acercándome cautelosamente, con una sensación extraña en mi piel. No sabría como describirte lo que experimentaba. ¿Alguna vez has sido testigo de una perturbación cuántica a medio día? Pues más o menos lo mismo, pero por la tarde.

Un escalofrío me recorrió la nuca. El asfixia-osos me estaba mirando: - Mi llave del candado de mi bici, ¡LA TIENE ÉL!- Me paré en seco y miré la mano que tenía la llave. Los aldeanos me miraron. Yo miré al niño. El niño volvió a mirarme. Ellos me miraron. Yo los miré. El niño miró mi llave. Yo miré una perturbación cuántica que había a mi derecha. El niño me señaló. Yo me asusté. Los aldeanos dieron un paso hacia mí. Yo me cagué, y disimulé: - Se ha ido por ahí.- Ellos dieron otro paso. -Creo que hay un mal entendido. Las bicis no me gustan, en realidad odio a la gente que las utilizan.- El ambiente se puso muy denso. Tanto que una barrera invisible no me dejaba moverme, ni respirar:-Menudo calor que hace, ¿no?-. Uno de ellos se adelantó para mi tranquilidad:-¡A POR ÉL!-

Tiré la llave y cualquier cosa que me impidiera correr. Salí tan rápido como me permitían mis piernas y mis largos días tirado en el sofá. Correr, correr, correr... y cuando no los veía: correr más. Por el camino batí varias veces el récord mundial de los 100 m. lisos. Hice los 5 km. en 5 minutos.

No se como conseguí darles esquinazo en una carretera despejada, plana y sin ni una curva; pero lo hice. Cuando llegué Widdert fui directo a comprar los billetes de autobús. El destino era lo que menos me importaba, tenía que salir de allí lo antes posible. Y la diosa fortuna me sonrió un poquitín, porque el próximo saldría en apenas 30 minutos. El tiempo justo para colarme en un cibercafé y contarte mi situación. Si no vuelves a recibir ningún otro correo mío, avisa a las autoridades y di a nuestros padres que los quiero. Pero quiero que me recuerdes como el hermano que no te dejó tocar sus cosas después de muerto. ¡Me levantaré de la tumba si tan siquiera tocas el pomo de mi puerta!

¡Una bici roja! Están jugando conmigo, ¿desde cuándo hay tantas bicis en el mundo?

Voy a la estación, a ver si llega el autobús.

Un abrazo, hermana


Raúl



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