Hola hermana:
Soy un polizón, pero un polizón con billete. Ya no sé qué será lo próximo: ¿Hablar mal de mí mismo? ¿Hacerme el amor? ¿Regalar dinero a los ricos? Acabo de definir: prensa rosa, masturbación e impuestos. ¡Ups! La cuestión es que, de esto que ahora te voy a contar, ni una palabra a los papás; que me denuncian.
Resulta que, después de enviarte el e-mail, me puse en la cola para entrar en el tren. Yo me quedé distraído, repasando que no se me olvidara nada en casa: el móvil, el cargador del móvil, la funda del móvil, el manos libres del móvil... y las otras cosas (ropa y no sé qué más). Qué luego volver aquí, a Amsterdam, me da mucha pereza. Además, cuando volviera en el futuro, no me sentiría muy acogido. Se que los papás quemarán todas mis pertenencias en una hoguera. Espero que después de enterarse de la noticia, que antes sería de muy cabrones. Y bailarán alrededor de ella para festejarlo. Lo que no tengo claro es si estarán felices de mi suerte o de su suerte. Si sacrifican una gallina en mi nombre, entre cánticos paganos, supongo que tendría que evitarlos en mis futuras visitas. Aunque sé que me quieren, o lo han disimulado muy bien durante mi vida :D .
Pues cuando me toca enseñar el billete al revisor, me comenta que no valía. ¡Que no valía! ¿Qué pasa? ¿El papel no tiene la suficiente calidad para su ilustrísimo señor? ¿O acaso el billete no está correctamente cortado siguiendo el estándar de la casa de la moneda? Un famélico hombre con un acento ruso, pero ruso ruso cerrado, me dice que me informara en recepción para “más información”. O eso entendí, ya que le costó horrores decirme dos palabras seguidas en cristiano. Claro, no tenía otra cosa que hacer que salir de la cola y arriesgarme a que se fuera el tren junto a mi futuro. ¡Pues no, camarada!
Inteligentemente y razonadamente, llegué a la conclusión de que la oficina mencionada por el Zar estaba dentro de un vagón. Lo intuí por las palabras que no me había dicho. ¡Estaba ahí! O a mi derecha, debajo del cartel luminoso “Oficina de información”. Qué casualmente me había señalado, con el dedo, el revisor. Recórcholis, ¡no había tiempo para desvelar la verdad! Me pregunté: ¿Qué haría Jesús en mi lugar? Evidentemente, mirar dentro del tren.
Disimuladamente me aparté de la cola, y me puse a silbar. Así parecería menos sospechoso. Fui al lado contrario, y cuando nadie miraba di un salto por encima de la valla. 9,87 sin salpicar. Me sentí bastante decepcionado al comprobar que la valla, que había saltado, daba a un parque infantil. Y, que debajo de mi pie, estaba la mano de un infante con una mirada de odio.
Después de una huida rápida, un par de saltos de vallas, tres caras perplejas de unos empleados, y cuatro medallas olímpicas (incluida salto de valla y 100 M. lisos); comprobé que desgraciadamente me equivoqué. ¡La oficina no estaba dentro! Qué pena sentí en el corazón. ¿Como podré librarme de esta pena infinita que consume mi alma? Tuve que elegir entre cara y cruz, y no tenía ninguna pista. ¿Como iba a sospecharlo? Pero ya que estaba dentro... pues me pondría cómodo ¿no? Para descansar los pies sobretodo. Uno empieza a tener una edad jejejeje. Hasta Lupin habría quedado deslumbrado antes tales hazañas. No me colé intencionadamente, fue que... la vida es complicada.
Y así cogí el tren. Es una nueva forma de hacerlo. Puedes pagar o dejarte llevar por las circunstancias. Un poco mas tenso, pero mas entretenido a la vez. Ha sido un crimen sin víctimas, yo pagué mi billete. Si no contamos al expianista. Me refiero al niño que le pisé la mano. Lo llamo así porque no creo que pueda tocar el piano en su vida. Ni posiblemente la sensibilidad. Aunque espero que con mucho entrenamiento vuelva a mover los dedos. Es que le dejé muy mal. Lo siento.
Ahora estoy aburrido. Desde que subí al tren no he hecho nada, salvo comprobar la batería del portátil y ver al niño de enfrente jugar con su muñeco. Dentro de poco tendré que irme al vagon-cama, donde esta mi habitación.
Ahora voy a andar un poco para estirar las piernas e intentar quitarme el dolor de cuello. ¿Te acuerdas de esos sillones de relax que siempre estábamos hablando de comprarle a mamá? Pues esto es todo lo contrario. Pequeño, ruidoso, estrecho, áspero, sucio y encorvado. Me recuerda al abuelo. Pero lo que más me molesta es la corta distancia entre el asiento de delante y atrás. Tengo que tener las piernas como un nudo marinero. Tal vez no consiga desentrelazarlas nunca más. O al menos, es la sensación que tengo. Pero es la única forma de no fracturarme las rodillas, te lo juro. Me entran ganas de arrancar el asiento, tirarlo sobre la ventana, salpicando a los pasajeros con los cristales rotos, y gritar: -¡Libre; al fin LIBRE!- No obstante, me reprimo mirando a un gordo que hay a mi lado. Es hipnótico el movimiento de sus lorzas a los vaivenes del tren.
Mañana te cuento mas.
Un besazo, pequeñita.
Raúl
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